miércoles, 2 de julio de 2008

UNA LEYENDA DE PASIÓN


La figura de Guacolda Antoine Lazzerini marcó la educación chilena. Su legado trascendió las aulas y consolidó la pasión de una mujer comprometida con la enseñanza y el mundo académico. Su temple lejano a cualquier comparación, forjó un pasado de reconocidos logros en la docencia de las matemáticas y labró el cariño de ex alumnos, personajes universitarios y públicos. Hoy completamente vital, continúa con esa energía y dulzura que la caracteriza, manteniéndose “vigente” como dice ella y con una entereza admirable.
Por Mcarena Acuña

La “guaco”, como la llaman sus seres queridos, está lejos de aparentar lo que para muchos sería la personificación de alguien con 100 años de edad. El tiempo en ella más bien, representa una solidez intelectual y cultural; como también un infinito de historias que recorren su vida y de las que amablemente nos ha hecho participes. Sentadas en el sillón de su acogedor departamento en Ñuñoa y disfrutando de un café y galletas que gentilmente me sirven, ella comienza súbitamente el relato. Desde su mirada enfocada a desenmarañar los recuerdos, parte por lo que en primera instancia me hizo llegar hasta ella: su docencia en el Kent.

“LA CULTURA SALE A FLOTE”

Es imposible abstraerme mientras la narración se produce. Retroceder en el tiempo e imaginársela llegando al colegio, al cual asistió dos veces por semana durante más de 30 años, es notable. Más aún si evoca anecdóticos relatos; como a don Vicente Mengod disfrutando de un delicioso chorizo español en los recreos, y a don Alejandro Tarragó aplaudiendo y recitando su inmortal poesía “La plaza” de Antonio Machado, para que los alumnos ingresen a sus salas. Versos que Guacolda no ha olvidado en lo absoluto y que mientras rememora ese momento, parafrasea silenciosamente…La plaza tiene una torre, la torre tiene un balcón, el balcón tiene una dama, la dama una blanca flor…

Usted ingresó al Colegio Kent School en 1952 ¿Qué la llevó intergrase a este establecimiento educacional?

Mi hijo mayor, Fernando, entró al colegio ese año. Cociendo el lugar me interesó hacer clases, porque el rector Alejandro Tarragó era un español extraordinario. Los profesores que había, Vicente Mengod, Alejandro Salvador Aznar y Eliazar Huerta; todos ellos eran personalidades españolas de reconocimiento amplio. Eso hacía que uno se decidiera y, por otro lado, él también se interesó porque yo enseñara.

Usted me nombra a Alejandro Tarragó, Alejandro Salvador Aznar y a Vicente Mengod como personalidades de reconocimiento ¿Qué la lleva a considerarlos de esta manera?


Es que don Alejandro Tarragó era un hombre extraordinario, de un gran conocimiento del castellano y con una vocación pedagógica fuera de lo común. El siempre estaba corrigiendo, porque era cuidadoso con las faltas ortográficas. Era un hombre muy culto. Don Vicente Mengod, por su parte, era un español muy cultivado, tranquilo y reposado. Hacia muy buenas clases de castellano; realmente era un hombre muy instruido.
Don Alejandro Salvador era famoso entre los niños por sus chistes. Hacia clases de francés y en éstas hacía comicidades. Era muy alegre; siempre tenía a flor de labio una cosa graciosa.
Siempre me encontraba con Mengod y Tarragó. Ese contacto daba mucho, porque tenían cosas que dar. Esa cultura sale a flote.

Mientras conversábamos algo la inquietaba. Se miró las manos y vio que no se había puesto su argolla, claramente ésta es muy importante para ella. Su marido, el abogado, Arcadio Escobar, falleció hace aproximadamente 20 años por un infarto asociado a un cáncer de colón y desde entonces, se ha hecho acompañar de Teresa Rodríguez; quien la asiste en la casa y, por sobretodo, por sus hijos Fernando y Álvaro. Se quedó pensando y me dijo: “Como yo nunca me enfermaba, él sentía que no podía incomodar con sus malestares. Fue muy rápido todo”, reflexiona en silencio por un rato. Un silencio melancólico.

No obstante, pasada esa pausa retoma el hilo de la conversación volviendo al Kent. “El colegio tenía mucha influencia de su director don Alejandro Tarragó. Él siempre tenía buenos profesores y no aceptaba irregularidades”, cuenta mientras bebo una segunda taza de café que amablemente prepararon para mi.

¿Cuál es su percepción del KENT en cuanto a la formación valórica y académica?

La responsabilidad, el cumplimiento y el hablar bien. Esas eran cosas que me conmovían y gustaban. El colegio en ese tiempo era más pequeño, por lo que también había mayor familiaridad.
Actualmente su directora, miss Lita, es muy preparada. Ella es doctora en bioquímica, de muy buen carácter y amable. Tiene sus meritos propios y muchos heredados de su padre. Su madre la señora “Provi”, es una mujer que convivía mucho con los alumnos. En ese tiempo, había internado en el colegio y se les daba almuerzo. Recuerdo que ella dirigía la cocina y que los días fríos siempre hacían papás soufflé para todos. Los niños se volvían locos. Ella era una persona muy conocida en el colegio; muy cerca de los estudiantes.

“PARA MI ENSEÑAR ERA LO MÁS IMPORTANTE”

Claramente la trayectoria de Guacolda Antoine es destacada. De sólo figurarse que en sexto básico comenzó a dictar clases de matemáticas a sus compañeras en el Liceo de Aplicaciones sorprende. “Yo tenía una compañera que decía hasta los burros aprenden con la Guacolda”, comenta mientras ríe con nostalgia. Desde ese momento, esa aplicada pequeña, sintió que le gustaba la pedagogía y puso en marcha todas las aptitudes que la convertirían en una sobresaliente docente.

Tras terminar sus Humanidades, ingresó a estudiar matemáticas y física al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Luego de dos años comenzó a impartir clases particulares y a reemplazar a profesores del Liceo de Aplicaciones. De esta forma pudo colaborar al sustento de sus siete hermanos, que tras la muerte de su padre, era necesario educar. A pesar de todo agrega, “Tuve mucha suerte, la gente me ayudó mucho a que pudiera surgir”, recordando la colaboración de profesores como Enrique Fröemel, quien fue determínate para que más tarde se convirtiera en profesora en el Pedagógico.

Además de trabajar en el Instituto Pedagógico usted también lo hizo por tres décadas clases en el Liceo Lastarria ¿Qué le evoca haber enseñado en ese establecimiento?

Yo llegué cuando estaba por cumplir los 20 años. Todos me decían que cómo iba a hacer clases en ese colegio donde eran puros hombres, pero yo jamás tuve un problema en el Liceo Lastarria. Fue una experiencia muy buena, porque además el rector era una persona que tenía una gran dote de conducción, un rector muy generoso, muy bueno don Juan Duran. Él hacía que todo el grupo de profesores fuéramos amigos. Nos invitaba a su casa para que compartiéramos.

La señora Guacolda es muy buena para hacer alusión a la descendencia de los personajes que habla, por ejemplo, cuando menciona a Juan Duran; me expresa inmediatamente, como también lo hace con otras figuras, que “quizás él es el papá del suegro de Ricardo Lagos”, el ex Presidente de la República, lo que denota su gran poder de asociación, además de memoria y conocimiento.

Ese mismo año y en paralelo con sus otras funciones, se desempeña una temporada en el Instituto Superior de Comercio, donde esta curiosa profesional también rinde los cursos que la entidad imparte en la carrera de Actuario, obteniendo el título en 1929. “El profesor que nos enseñaba esas clases me ofreció un cargo donde trabajaba, pero ya tenía mis cátedras en la universidad. Lo estudié porque siempre me ha gustado aprender otras cosas”.Razón por la cual, esta cultivada maestra, también sabe de idiomas, como el francés, inglés e italiano.

Usted tuvo diversos cargos directivos en universidades como por ejemplo el de Presidenta (equivalente a Decano) del Consejo Docente de Matemáticas, Física y Química en la Universidad Técnica del Estado y Jefa del Departamento de Matemáticas de la Faculta de Filosofía y Educación en la Universidad de Chile, por nombrar algunos ¿Qué significó para usted ser representante de un cuerpo académico tan importante?

Bueno mi labor ahí tenía que ver con el nombramiento de los profesores en la Universidad Técnica. También colaboraba con provincia, realizando clases modelos. Como directora hacía los programas de los diferentes cursos. Sin embargo de toda esa trayectoria que fue importante, yo destaco más haber sido educadora, de las clases que hice, me gustan las clases que hacía, las que a los ex alumnos a los que se las realizaba, aún las recuerdan. Los cargos directivos no eran lo más fuerte, para mi enseñar era lo más importante.

En su carrera, tuvo la experiencia de visitar centros de enseñanza industrial y otros establecimientos educacionales invitada por los Gobiernos de la República Federal Alemana y de Francia. Fue delegada de la Universidad Técnica del Estado en el Congreso de Universidades Latinoamericanas, realizado en Buenos Aires, como también de las Universidades Chilenas ante la Comisión Elaboradora de Informe de la enseñanza científica.

Junto a un grupo de colegas, la incansable Guacolda, realiza un intensivo perfeccionamiento para docentes en el Centro de Profesores de Matemática. Su buen trabajo, la mantiene al mando hasta 1973. Seminarios y convenciones son parte de este período y un nuevo nivel de cooperación desde instituciones y gobiernos de otros países. “Nos juntábamos los días de jueves y venían muchos profesores. Ahí conversábamos de temas nuevos, como conjuntos y los estudiábamos, relata mientras bebe agua y toma sus remedios, los que me aclara al instante, no los ingiere porque esté enferma, sino porque es parte de la edad.

A pesar de haber cumplido los años de servicios requeridos para su retiro, esta maestra no cesó su labor hasta mucho tiempo después. Continuó con un arduo trabajo académico y enseñando en el Kent School. En ese entonces “aún era joven y sabía que tenía energías, que podía hacer cosas. Ahí me nombraron inmediatamente en el Instituto Pedagógico como profesora extraordinaria de la Facultad de Filosofía y Educación”, con el que comenzó un período de mucha actividad, que incluye realizar clases de matemáticas en la Escuela de Psicología de la Universidad de Chile y más aún, trae consigo la publicación del libro “Nuevas Matemáticas para los padres”, que junto con la colaboración de profesionales como María Lara, coronan los años de esfuerzo y de entrega a la docencia.

Fue así como la vocación y pasión al enseñar de esta maestra trascendió las aulas, siendo postulada por su desempeño en 1992 al Premio Nacional de Educación y en el año 2000 recibe el reconocimiento de profesional destacada por la Agrupación de Mujeres Ingenieras.

La facultad de Ciencia de la Universidad de Santiago le entregó este año una medalla al Mérito Científico de la Facultad de Ciencias ¿Qué significó para usted ser distinguida con el más alto honor que dispensa esa unidad?
Creo que fue por las clases que hice a los ingenieros industriales. Encuentro que fue demasiado, porque no soy investigadora, pero siempre estuve preocupada de los adelantos que habían para que llegaran de mejor forma a los alumnos y a los profesores. Es el merito a la docencia, por mi ayuda en el desarrollo de las ciencia en los ingenieros. Les di las herramientas matemáticas para que investigaran y las aplicaran.

Las matemáticas es una disciplina muchas veces compleja para los estudiantes ¿Cuál es el método para que escolares y universitarios se interesen?

Yo nunca les dije esto se hace, si no que les iba enseñando todo el proceso. Por ejemplo en una multiplicación, usted multiplica la última cifra y así se va corriendo. Yo les enseñé que comenzaran por cualquiera. En cualquier orden. Entonces eso hace pensar dónde lo van a colocar. Además, ponía toda mi disposición, siempre tranquila y siempre sonriente. Nunca me enojaba.

¿Cómo es la experiencia de realizar clases a escolares y, a su vez, preparar a universitarios que se convertirán en educadores?

Las clases que realizaba en el liceo me servían de experiencia para enseñar a quienes iban a ser profesores. Entonces mis enseñanzas tenían que ser una especie de "calse modelo" para transmitirle a los universitarios cómo debían hacerles clases a sus alumnos. Aparentemente eran lecciones sencillas, en las que inculcaba lo importante de “ir de a poco”.

PURA VITALIDAD
Hace 23 años que Gucolda se retiró de las aulas. La razón de finalizar ese periodo trascendental en su vida, encuentra fundamentos en los instintos más profundos de esta educadora. “En mis clases siempre estaba con una sonrisa, jamás me enojé y el día que lo hice dejé de enseñar”, aunque no fue nada grave, ese hecho fue su indicador de que ya era necesario parar.

A pesar de aquello, continúa vigente, como dice ella y no es de extrañar cuando constantemente está recibiendo el llamado de sus ex –alumnos, amistades del mundo académico y atendiendo gentilmente a quienes nos interesamos por una vida tan dedicada. De hecho, ayuda a sus nietos en las lecciones escolares “El otro día la menor trajo algunos problemas, pero mi hijo, que es buen matemático no pudo resolverlo. Me fueron a preguntar y lo solucioné, eso significa que todavía puedo”. Claro que puede, si pensamos en la cantidad de actividades que realiza constantemente.



En estos momentos esta gran lectora repasa la novela del semiólogo y escritor Humberto Eco “La misteriosa flama de la reina Loana”, disfruta de caminatas por el barrio, asiste a conciertos y actividades sociales. Realiza gimnasia Buche y participa en algunas oportunidades de charlas que se realizan en la Casa de Todos de Ñuñoa. “Yo no me aburro en la casa, veo las noticias y leo”. Incluso está al día en materia de novelas. “Me entretengo viendo “El señor de la Querencia” y “Viuda alegre” que es mala, pero los artistas que trabajan son buenos, comenta mientras triste se entera que no tendrá sus clases de Buche por la lluvia, recordando que comería junto a sus compañeras calzones rotos.

Crítica frente a la situación que se vive hoy en temas de educación, expresa que en parte la problemática radica en los bajos sueldos que tiene los profesores “Imagínese yo tengo una jubilación mayor por los puestos directivos en la que fui decano por dos años, que en todos mis años de enseñanza ¿cómo es posible eso? Yo veo esas escuelas en que tiene 45 alumnos ¿cómo les enseñan las primeras cosas de matemáticas a esos niños? , se pregunta insatisfecha lamentando también la calidad que hay en los educadores.

Es así como llevábamos más de tres horas hablando. Termino mi café y me levanto para que me muestre las fotografías de su familia. Guacolda, proviene de raíces franco-italianas; tiene dos hijos y siete nietos. Mientras miramos los retratos de todos ellos, se deja ver lo importantes que son para ella. De hecho, ya es la hora de almuerzo y el mayor de sus retoños vendrá a comer, por lo que me despido, habiendo conocido a una persona amable, de gran cultura y sin ninguna duda, muy especial.

Guacolda Antoine es incomparable, sus historias, su vida y legado claramente tendrían que ser expresados más bien en un libro, que en una simple entrevista. Hoy sus cabellos blancos y semblantes de ternura, dejan los vestigios incomparables de una profesora, la que tras sus años de dedicación y compromiso, se convirtió en una verdadera leyenda de pasión por la docencia.