
Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en Isla de Pascua, además de sus Moais, es en su variada y extensa vegetación. Flores de todos tipos y bailes con atuendos exóticos al más puro estilo polinesio. Pero ¿cómo habrá sido la realidad de este fin de mundo hace más de 50 años atrás? Hugo Ferrer, ex alumno de sexto de humanidades del Kent en esa época, bien lo sabe y, por lo mismo, es que no tarda en desplomar, en parte, mi ingenua proyección. “No había mucha vegetación, la gente se transportaba en caballo, existía el trueque como medio de intercambio de productos y los Moais estaban en sus posiciones originales”, agregando que “en ese entonces la isla se encontraba en evolución, no obstante los cantos y vestimentas típicas son semejantes a la actualidad, pero más modestas”, comenta mientras sus rasgos y voz se tornan más expresivos, queriendo retratar en sus palabras una imagen antepasada.
Era de esperarse, puesto que en aquella época “Te Pito o Te Henua”, el ombligo del mundo como lo llaman sus habitantes, no era un lugar turístico como hoy , sino más bien era visitado sólo por barcos que varaban temporalmente para después continuar su ruta. Ese aspecto, es el que hacía especial esta travesía: Eran los primeros turistas en La isla. “Imagínese no cualquiera podía ir en esos años, no existía trasporte y nosotros lo hicimos igual”, reflexiona orgulloso.
El enigmático Rapa Nui no sólo para estos jóvenes representó un misterio, sino que paralelamente y en una barcaza de junco, llegó al lugar Thor Heyerdahl, un importante explorador noruego. El resultado de sus estudios más tarde demostraría que no había razones técnicas que hubiesen impedido que habitantes de América del Sur se establecieran en las islas de la Polinesia. En ese escenario hay que ubicarse; en ese tiempo y espacio, es que los alumnos del Kent estuvieron ahí. Hugo conciente de aquello, recuerda que gracias al quinto de humanidades, que lo invitó a este viaje, puedo vivir esa importante experiencia.
Isla de Pascua no era turístico en esos años ¿Cómo es que llegaron hasta allá?

En el colegio en ese tiempo había una alumna que era hija de en ese entonces Secretario General de Gobierno, el señor Mario Ciudad. A través de él se hicieron los contactos con el gobierno y, posteriormente éstos con la Armada de Chile. De esta forma se autorizó nuestro viaje y nos embarcamos en febrero de 1956 en el Trasporte Pinto, barco que viajaba anualmente a entregar abastecimiento a esa lejana posesión chilena.
El trayecto en este navío no fue menor. Eran jóvenes de 16 años de edad aproximadamente y el temor de viajar por primera vez en ese tipo de embarcación estaba presente. “Andar en barco era una novedad, pero pasamos artos miedos. Los movimientos que se provocaban y el susto que nos ocasionaban los mercantes al decirnos que se podía hundir era constante”, cuenta mientras aclara rápidamente que “no era un barco de pasajeros, era de guerra, por lo que íbamos en unos camarotes colgados con cadenas y cuando el navío se movía, éstos se balanceaban para todos lados”, representando mímicamente, las desventuradas oscilaciones.
¿Cuál fue el momento más álgido en esta aventura marítima por el pacífico?
Con el fin de ahorrar tiempo, el capitán intentó cruzar la corriente de Humboldt en forma perpendicular. Esto provocó unos desplazamientos salvajes, hasta que sonaron las alarmas. El peligro era que al ser un transporte de carga éste se podía caer. Nos asustamos mucho; no podíamos movilizarnos bien.
El viaje duró aproximadamente diez días, siendo su primera parada en la Isla de Juan Fernández, lugar “muy bonito, de una vegetación increíble, una vista estupenda, vistamos las cuevas de Robinsón Crusoe, vimos langostas”, expresando que lamentablemente sólo fue de pasada, puesto que debían zarpar rumbo a “tierras desconocidas”.

“CONOCIMOS UN LUGAR QUE NADIE PODÍA CONOCER”
Mientras a lo lejos se acercaba el transporte Pinto, los pascuenses en sus botes esperaban ansiosos la “novedad” del navío que se posaría en sus tierras. Al igual que en las “películas”, cuenta Héctor, al llegar todos los lugareños estaban rodeando el barco, desde donde ofrecían sus artesanías. “En ese tiempo no circulaba la moneda, se hacía trueque, así que nos dijeron que lleváramos ropa y cosas para hacer intercambio”, cuenta, entretanto me muestra la nativa orfebrería que trajo desde allá. La veo y reconozco en ellas figuras toscas, con los ojos expresivos y de contornos geométricos; una madera bella llamada toromillo, pero lamentablemente extinguida por su sobre explotación.
De estas mismas características es Moai Miro, réplica en madera de la escultura megalítica original de Isla de Pascua Moai Maea. Su escultor fue Adán Atán, artífice de la zona que se encariñó con los pokis del Kent y gentilmente lo cambió por regalos que cada alumno le entregó. Hoy este “Moai del Kent”, traído directamente desde la tranquila isla de pacífico, reposa en tierras chilenas; reviviendo a diario desde el hall del colegio lo significativo que fue este viaje para esta delegación de dieciocho estudiantes.

¿Qué fue para usted lo más significativo de este viaje de estudios?
El viaje me dejó mucho, porque Isla de Pascua no es lo de ahora, sino que en ese entonces se encontraba en evolución. Era un lugar donde no habían problemas, no habían borrachos, asaltos, ni riñas. Era una cosa sana. Todo era cariño y unas ansias de tener de todo. Fue un viaje maravillosos, muy bonito, porque conocí un lugar diferente.
Se encontraban lejos de casa y en un lugar completamente nuevo ¿Cómo fue la relación entre ustedes en esas circunstancias?
Hubo mucha camaradería, porque éramos jóvenes y estábamos en esta aventura juntos. Con muchos de ellos nos seguimos viendo después. Yo hasta ahora me veo con Juan Capello, ambos éramos de sexto de humanidades. Además al viaje nos acompañó el profesor Ángel Valencia, pero él más que nuestro maestro en esta hazaña, fue nuestro amigo.
En aquel tiempo en la “Tierra de Hotu Matua” no había puerto, por lo que para llegar a tierra debían usar botes. “Se bajaba por una redes para desembarcar y luego por un mástil que iba hacia las barcazas que eran similares a las de guerra”. Como tampoco existían los hoteles y hostales, debían dormir en el barco. ” Una vez alojamos en tierra, pero tuvimos que dormir en un galpón que tenia una especie de estantes”, recuerda haciendo alusión a que en sus conversaciones con los pascuenses estos daban cuenta de costumbres muy sencillas.
Una tradición que Hugo no olvida es la preparación del cordero, el cual se cocinaba a leña y en un tambor con agua de mar. “Era riquísimo…se aliñaba con lo salado del mar”, recordando que lo pasaban muy bien junto a ellos. “Cantábamos bastante y aprendimos muchos temas”, expresa mientras tararea el tema Sau - Sau reva sau reho vari; erúa simo - simo…
En este recorrido inolvidable al pasado de la isla, pudieron conectarse con una cultura única en el mundo y dotada una geografía singular. Como expresa el profesor Ángel Valencia en el anuario de 1989, treinta años después del viaje: “Pudimos visitar el volcán Rano Kao, el cual hoy es una laguna; los petroglíficos de Orongo, antigua ciudad ceremonial; contemplar islotes de la leyenda de Motu-Iti, Motu-Nui y Motu-Kao-Kao. Admiramos la magnificencia de las importantes Moai del Rano Raraku. Visitamos la hacienda de Vaitea y concurrimos a la misa dominical ofrecida en idioma pascuense, realizada por los maravillosos coros isleños”, a lo que Hugo agrega. “Estuvimos en la única playa de arena Anakena; el pueblo que alberga actualmente a más de 90% de la población, el pueblo de Hanga Roa y la caleta de ese lugar, Hanga Piko.

En la acogedora casa de Hugo Ferrer abundan recuerdos. Artesanías y fotografías parecen retroceder el tiempo de una experiencia inolvidable. En ellas sus vivencias en el Kent School están presentes, y una carpeta llena de archivos, incluyendo sus calificaciones, dan cuenta de ello. Actualmente se reúne periódicamente con sus compañeros y asiste a un taller literario del club Español, llamado “Los años sabios”, en el que publican sus escritos y en el cual exhibió “Las islas Juan Fernández y Pascua”, haciendo alusión a los vestigios de este viaje y la perspectiva de una isla olvidada.
Los dieciocho integrantes de este viaje fueron: Jorge Alcaide, Sergio Baranovsky, Jorge Bertini,Juan Capello, Pedro Castro, Rubén Chuaqui, Hugo Ferrer, David Garrido, Patricio Grisanti, Alejandro Isakson, Max Isakson, Julio Krauss, Emerio Loma-Osorio, Ángel Mahave, Luis Reuss, Miguel Saltiveri, Jorge Weinberger acompañados por el profesor Ángel Valencia