lunes, 4 de agosto de 2008

MEMORIAS DE MI VIDA


Una infancia marcada por la crudeza de la guerra civil española y por una tradición cultural notable, sembraron en Amelia Tarragó una entereza y sensibilidad docente incomparable. Radicada en Chile y con más de 40 años de servicio en el colegio que impulsó a nacer y crecer, esta dedicada profesora de inglés mira la vida con optimismo y energía. Aspectos que reafirman cada día más, su pasión al enseñar en el Kent School.


Un 17 de julio de 1936 los cielos de España vieron cubiertas sus esperanzas de libertad. Ese día, tras un fallido golpe de Estado de un sector del ejército contra el gobierno de la Segunda República, se dio comienzo a una amarga guerra civil; la que se extendería por tres años.

Los primeros afectados: Los niños. Muchos de ellos debieron ser asilados en colonias, donde huérfanos y asustados, debieron asumir la disolución de sus familias. Sus padres constreñidos corrieron diferentes destinos, siendo algunos incorporados en la batalla; otros forzados a huir; sufrir en las cárceles o drásticamente, a ser fusilados.

El desamparo de los menores se acentúo en las zonas cercanas a los frentes bombardeados. Día a día las explosiones retumbaban en sus pequeños corazones, sumados a la soledad, la escasez de alimentos y el temor a morir. Son estos miedos los que Amelia sintió. Afortunadamente a ella, no le faltó nuca un plato de comida; pero la vida en la colonia, en la que su padre era el director y su madre ecónoma, claramente dejó huellas de dolor y melancolía.

Esos sentimientos causaron una cierta desconfianza y reserva en ella. “Creo que soy amistosa, pero no me doy por completo, porque tuve muchas amiguitas en las guerra que perdí. Eso me marcó mucho”, ese sigilo argumenta, es su resguardo para no sufrir.

Pero a su vez,  se considera una persona con suerte, puesto que más allá de lo “terrible” que pasaron, siempre ha sentido el apoyo, lo valores y las ganas de vivir. Ese optimismo, que en algún momento fue de sus padres, y que ahora es parte de ella.

 MIS ORÍGENES; MI TRADICIÓN

Cuando los bombardeos y disparos hicieron insostenible la permanencia en el orfanato, debieron emigrar a Francia, país en que estaba su tío Alejandro Tarragó, junto a su mujer y el hermano de Amelia, Lamberto. Ese lugar sería el punto de encuentro, y el de partida, para un nuevo destino en el continente Americano.

Su padre, Claudio Tarragó, estuvo en un campo de concentración ¿Cómo llegaron a confluir todos en Francia?
Afortunadamente unos amigos lo ayudaron a huir de ese lugar. De esa forma pudimos encontrarnos todos en Paris. Mi padre tenía sólo dos semanas para salir de ahí, porque no contaba con los papeles, a diferencia de nosotros que veníamos con los niños de la colonia.

¿Cómo lograron salir entonces?
Mi tío era muy amigo de Pablo Neruda y sabía que él había enviado gente a América. Como a mi padre se le dio poco tiempo para salir, mi tío habló con él. Así que en noviembre de 1939 embarcamos con un conjunto de profesores, muchos de ellos vascos y asturianos, que estaban si trabajo por la guerra.

El papel de Pablo Neruda fue fundamental. En ese tiempo el poeta fue nombrado cónsul de Chile en Paris, y afectado por la situación de miles de españoles refugiados, decidió intervenir para que el gobierno los acogiera en nuestro país. Es así como las míticas embarcaciones como “Winnipeg” y “Loreto”, trajeron a un masivo contingente de inmigrantes; siendo en la última de estas embarcaciones, que Amelia junto a su familia pisaron tierra chilena.

En el barco venían importantes personalidades de la cultura. Antonio Rodríguez Romera, gran crítico de arte y su esposa Adela Laliga; Vicente Mengod educador y escritor; Eleazar Huerta, abogado, escritor y profesor. Sin dejar de contemplar claro, que entre estos notables hombres están los familiares de Amelia. Su padre Claudio Tarragó, destacado escultor y una importante personalidad ligada a las artes y su tío Alejandro Tarragó a su vez, un sobresaliente normalista.

En este ambiente es que creció Amelia. En su casa todos los sábados estos importantes personajes se juntaban y hacían tertulia. “Se hablaba de los últimos libros, de política internacional, del país, de todo; por lo que nos acostumbramos a estar en un ambiente muy cultural”, recuerda mientras en sus profundos ojos azules se materializa la fiesta que esa reunión representaba para ella.

¿Qué significó para usted haber compartido con estas personas?
A esa gente yo la hecho de menos. Eran personas con una comprensión, tolerancia y de una categoría humana fantástica. Creo que haberlos conocido nos ha servido mucho a mí y a mi hermano Lamberto, porque nos dio mayor madurez. Sobretodo a mi que era más pequeña. Imagínate a mi me enseñaron a escribir y a leer la señora de la Romera que era profesora y el señor Mengod. A su vez, mi padre, tío y abuelo son los hombres más perfectos que he conocido, y adquirimos también parte de esa experiencia. Mi hermano y yo tuvimos una suerte bárbara. Hemos tenido una educación muy esmerada.


La conversación fluye, mientras que las risas de los alumnos, el timbre y el movimiento que es parte de un recinto educacional se entremezclan con un diálogo centrado en el Kent School. Para miss Amelia, como la llaman sus alumnos, este lugar es de emotiva significación; puesto que ha forjado por más de 40 años, lo que para ella es el amor por la docencia y una energía excepcional sobre la vida.

 "YO CREO QUE NACÍ PARA SER PROFESORA"

Desde pequeña su inquietud por enseñar estuvo presente. Cuando iba a los cumpleaños de sus amigos, terminaba organizándolos y, al cabo de un rato, los tenía a todos sentados dibujando; mientras ella se paseaba como toda una profesora explicándoles ciertas materias. Pero ese juego de niños no quedaría ahí, porque más tarde esa inocente representación se haría realidad; materializándose en la obra de su tío Alejandro Tarragó: el Kent School.

¿Cómo inició sus actividades en el colegio?
Mi tío fue rector por doce años del colegio “The Windsor Shcool” y cuando éste no continuaría por diversos problemas; decidió, gracias a la ayuda de cercanos a la familia, crear el “Kent School”. En ese ínter tanto yo me encontraba saliendo del colegio, y estaba capacitada en idiomas como el catalán, castellano, inglés, francés y algo de italiano; entonces mi tío me ofreció trabajar con él. Comenzando juntos en el año 50. En ese tiempo era como un comodín, hasta que me dediqué al séptimo en inglés, además de otras funciones administrativas.

¿Qué recuerdos tiene de esa época?
El colegio en la época de Alejandro Tarragó era muy importante en docencia. Él era una persona extraordinaria, que llevaba las cosas con mucha sencillez, pero con una claridad que no tiene ninguno de nosotros por mucho que no esforcemos.

¿Cómo era su relación con Vicente Mengod y Alejandro Salvador Aznar?
Alejandro Salvador era un excelente profesor de matemáticas y de francés. Era un hombre muy extrovertido. Muy jovial, entonces tenía chistes y cosas a flor de piel, pero si tú profundizabas en él, y dejabas aparte su entusiasmo, encontrabas un hombre muy preparado. Por su parte, Vicente Mengod era una persona fantástica y cariñosa. Era buenísimo, sin maldad y muy inteligente. Impartía clases de castellano y, a veces, de historia, pero él sabía de todo. Si tú le hacías una pregunta te explicaba. Era un grupo de gente extraordinaria. Eran muy importantes, por lo que el colegio estaba dotado de una categoría especial.

Para Amelia su primera escuela fue el kent y la improvisación su primera herramienta. “Para enseñarles a leer busqué un sistema en el que tenía una barra con clavos y unos cuadrados con agujeros con las letras con los que ellos iban formando palabras. Al principio me costó y creía que no iban a aprender nunca, pero de repente todo el curso exploto y todos leían”, decidiendo más adelante sumar a esa experiencia adquirida, los estudios de pedagogía en la Universidad de Santiago, reforzando más aún su vocación y espíritu de enseñanza.


En aquella época Amelia contrajo matrimonio con el que sería el amor de su vida: Rafael Sierra. Con él tuvo a sus dos hijos Claudio e Isabel. En ese periodo las condiciones del país eran complejas, por lo que con su marido, de origen catalán al igual que ella, decidieron emprender rumbo a España. Durante doce años vivieron allá, pero lamentablemente el destino interrumpió tempranamente sus anhelos, falleciendo su esposo a los 50 años de edad. A pesar de aquello, él ha estado en cada minuto de la vida de su mujer. “Aprendí a vivir sin él, pero con él. Yo lo tengo constantemente a mi lado”, dejando entre ver la presencia de un afecto incondicional, y el que ha debido revivir por medio de fotografías y recuerdos.

Sus momentos en el Kent School han sido muy felices, eso se percibe. Inquieta y energética, siempre está buscando solucionar los problemas que puedan aparecer; estando en una y otra clase, como también aplicando en su metodología nuevas técnicas que permita a los alumnos descubrir sus capacidades.

¿Cómo logra que los estudiantes comprendan sus materias?
Hay algo que me gusta mucho y es hacerles sintetizar, es decir, que lean, piensen y resuman las ideas, porque eso sirve para la comprensión de lectura. Los acostumbro a fijarse bien qué es lo que están leyendo. En mi clase los hago contestar. Por ejemplo la gramática en inglés no les enseño por reglas, sino hago muchos ejemplos en la pizarra y después les digo que ellos me den las reglas gramaticales que han visto. Ellos las descubren. De hecho las pruebas que hago son de redacción y, a pesar de que estoy horas corrigiendo, los niños terminan escribiendo. Además en clases no los dejo hablar en castellano, lo que les ayuda mucho a ser fluidos.

¿Qué significa para usted hacer clases?
Las horas que estoy en el colegio las paso muy feliz; yo entro a clases y tengo una energía que me da el hecho de haber trabajado en algo que me gusta. Yo creo que nací profesora, entonces he trabajado en lo que me gusta y eso te da un aliciente muy grande, por eso no me canso de estar en el colegio.

No puedo abstraerme de contemplar a Amelia y destacar con la tenacidad que emplea cada palabra y su poder de oratoria. La sensibilidad con que argumenta la “pena” que para ella significa el que los alumnos hayan dejado de participar en las clases. “Independiente de lo que contesten, intervenir ya no les interesa. Para mi no son tan importantes los libros, sino lo que en la mente ellos pueden descubrir”, reflexiona mientras su firme personalidad y suave acento español, se entremezclan armonizado las palabras de un discurso convencido.

Su extraordinaria vitalidad, no sólo le ha permitido continuar en las aulas, sino que además participar en la agrupación llamada “Coral Cataluya”, que conforman ex integrantes del Centro Catalán, del que ella formaba parte desde los catorce años. Como también, además de ser una relevante soprano, su reconocido talento en la cocina ha sido glorificado por muchos de los que han tenido el privilegio de saborear sus placenteras recetas.

Amelia Tarragó reconoce sentirse feliz y afortunada, más allá de las huellas que en ella han podido dejar lo escabroso de una guerra y lo doloroso de una perdida. Hoy, con una fortaleza que sorprende, disfruta su vida con los que más quiere; Su familia. Sus dos hijos, cinco nietos y un bisnieto, son los que la movilizan a continuar con energía por su vocación docente, y por entregar los vestigios de una cultura de la que ella fue protagonista.

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