lunes, 29 de septiembre de 2008

EL KENT FUE MI CASA



Su formación y recuerdos encuentran en los Tarragó los vestigios de lo que hoy representa. Disciplinado y con una trayectoria que evidencia su talento, Héctor Olave, Premio Nacional de Periodismo y editor de contenidos de El Mercurio, uno de los medios más importantes a nivel nacional, nos testimonia parte de sus vivencias y reflexiones en su paso por la familia kentiana y, por que no, de sus experiencias profesionales no muy lejanas de ser publicadas.



A las 8:30 en punto me solicitó que llegara. Claramente es un hombre ocupado y me lo hace ver: -Vienes retrasada, menciona. Mis excusas las siento insuficientes; entiendo el valor se su tiempo y el riesgo, a pesar de haber visto Mapcity una y otra vez, de pasar por Santa María, sin incurrir en la omnipresencia del “El Mercurio”, medio en el cual trabaja desde el 2001.

Antes de atisbar cualquier palabra e incluso, antes de alcanzar a presionar rec, Héctor Olave, como si tuviera una pauta mental y pudiese adivinar mis cuestionamientos, comienza el relato de forma prolija y acabada. Claro está, son más de 40 años de experiencia profesional que evidencian una constancia y diciplina, que advierte emergen de su niñez enmarcada en el Kent.

“El kent fue mi casa, los Tarragó fueron mis padres, Laura y Lita fueron mis hermanas. Yo del kent sin duda tengo los mejores recuerdos y todos mis agradecimientos. Si yo en la vida he logrado algo es gracias ellos. Ellos me hicieron, me formaron, me castigaron, me premiaron”, manifiesta enfáticamente.

“Tito” Olave, como le dicen sus conocidos, estuvo vinculado toda su vida escolar a la familia Tarragó, desde “The Windsor School” al más tarde “The Kent School”. Ambas instituciones tenían internados, pero en el año 1955 el Kent terminó con ese régimen, por lo que Héctor, cuya familia era de Linares, fue acogido por los Tarragó, al igual que su compañero José “Pepe” Munté. ”Ser miembro de una familia que yo sabía no era la mía, obviamente era un muy buen recuerdo. Sentado en la mesa, Laura, Lita, don Alejandro, la señora Provi, Pepe y yo, como si fuésemos toda una familia; comer y llamarnos la atención sobre cómo se toma la cuchara. Para mi eso era impagable y un muy buen recuerdo”, alude mientras me cuenta que se sentían como sus verdaderos hijos.

-Entre todas esas alusiones ¿Qué invoca para usted Alejandro Tarragó?


Era un hombre extraordinario, ejecutivo, casi hiperquinético. Yo solamente tengo buenos recuerdos de él. Incluidos los malos recuerdos son buenos reacuerdos. Él tenía una particular manera de imponer la disciplina, que obviamente en aquellos años no era muy bien comprendida por los afectados, entre ellos yo, pero pasado el tiempo uno empieza a entender que sin disciplina no hay nada. Hoy día yo comparto su opinión, para mi la disciplina es importantísima.

Cuenta Héctor, que el “señor Tarragó” los castigaba con los más diversos métodos para lograr que ellos aprendieran. Uno de ellos, era cuando los hacía correr por el entorno de una piscina con arena ubicada tras el edificio principal del Kent. Si él los pillaba, eran sancionados, pero si después de diez vueltas no lograba alcanzarlos quedaban libres. La mayoría de las veces no los agarraba, porque lo que a él le importaba no era castigarlos, enfatiza, sino más bien que aprendieran la lección.

Esas lecciones para “Tito“Olave fueron importantes en su disciplina, la que se ve notoriamente reflejada en sus espacios, argumentos y vida. En su oficina está todo estratégicamente ubicado. Los diarios por un lado, su libreta y lápiz por otro. Todo encuadra y refleja desde mi posición, es decir frente a su escritorio, el más prolijo orden. Hasta el punto de que él mismo me lo comenta. “Yo soy ordenado, en mi oficina todo está ordenado, incluso el orden de mi escritura en estos apuntes. Eso es propio de Tarragó; él era ordenadísimo”, expresa.

-¿Cómo contempla esa disciplina en los diferentes ámbitos de su vida?

Yo la disciplina la impongo en mi casa y en el trabajo. Aquí los horarios se cumplen, aquí las cosas se hacen bien, lo mismo que en mi casa. En mi casa se come a la hora que se tiene que comer. Imagínate estuve doce años internado, de los cuales seis años fueron con Tarragó; entonces todas esas cosas van marcando y se van quedando. Lo único que obtuve de eso fueron beneficios, puesto que para mi es una ventaja que tengo frente al resto. Esa disciplina se la debo a Tarragó.

Héctor como parte de la familia kentiana, además de ser formado de manera rigurosa también fue un regalón. Sus aptitudes futbolísticas, por otro lado, lo distinguieron por ser el “Pele” del colegio, sumando ciertos privilegios por sobre los demás, “como por ejemplo meterme a la cocina del colegio y prepararme un sándwiches de marraqueta con repollo, aliñado con aceite, sal y vinagre. Eso causaba la envidia de mis compañeros, porque yo salía con mi gran sándwich de la cocina y ellos no podían hacerlo, recuerda mientras en el reflejo de sus cristales ópticos, parecieran retratarse como destellos de luz esos gratos momentos.

-¿Recuerda a los profesores de ese tiempo?

Educadores fantásticos, hombres cultísimos. El subdirector se llamaba William Stranger; maravillosa persona, la señora Guacolda Antoine, Vicente Mengod, los españoles Alejandro Salvador, Huerta, Tarragó; Lister Rossel era médico; el cura Jofré quien hacía clases de religión; el escritor Pepe Donoso, que fue nuestro profesor de inglés; la señora Adela trabajaba en la cocina.

Entre ellos estaba la profesora de inglés, Amelia Tarragó, que “Tito” evoca como una mujer muy buena moza, al punto que recuerda una anécdota en la que mientras ella les enseñaba la canción “Molly Malone”, él le preguntó:-¿Usted nació en Dublín? , porque la letra decía que ahí vivía una niña bonita como miss Amelia, relata mientras entona suavemente su melodía… In Dublin's fair city, Where girls are so pretty, I first set my eyes on sweet Molly Malone……

"YO VIVO EN EL DIARIO"


Héctor no salió del Kent directamente a las aulas universitarias. Sus aptitudes deportivas lo llevaron primero a indagar en el fútbol profesional en Linares, no obstante producto de una lesión, debió buscar otros rumbos, por lo que intentó explorar el mundo de los negocios trayendo aceitunas de Arica. Paradójicamente estos dos hechos tendrían relación con el futuro que “Tito” Olave forjó para su vida: El periodismo.

En su viaje desde la primera región a la capital, Héctor trabajó como pioneta en un camión. En él encontró una revista "Ecran" en la cual su directora, María Romero, describía la profesión e indicaba los requisitos para ingresar a la carrera a petición de una lectora y “yo cumplía con los requisitos. Además me acordaba del trabajo que hacían los periodistas cuando jugaba en Linares”, razón por la que volvió a sus barrios escolares ubicados en la comuna de Ñuñoa, para alojarse en la casa de su gran amigo de colegio, Emerio Lomas-Osorio.


-¿Cómo influyó el Kent a la hora de escoger su carrera profesional?

Indirectamente influyo en mi carrera, puesto que por la forma en que ellos me educaron yo escribía mejor que el resto. Tenía ese don adquirido gracias a ellos; el de tener una facilidad de expresión escrita mejor que el resto de los chilenos. Yo sabía que me distinguía por eso.

En 1962 ingresó a la Universidad de Chile y al año siguiente ya comenzaba a forjar su profesión incorporándose al diario “Las Ultimas Noticias”. Desde ahí este apasionado reportero no dio tregua a la información, realizando estudios de postgrado en Estados Unidos, país en el que también ejerció su especialidad.
De regreso a Chile, trabajó como jefe de Informaciones del diario "El Sur" de Concepción y desde los años 80´, se consolidó como director de "Las Últimas Noticias" y "La Tercera" y de los diarios de Puerto Rico, "Primera Hora" y "El Nuevo Día".

-Usted trabajó en el programa “Sábado Gigante” ¿Cómo fue la experiencia de pasar de la prensa escrita y a un canal de televisión?

Fue una experiencia extraordinaria, porque de televisión no conocía nada; lo único que sabía era prenderla y apagarla, y por las circunstancias de la vida, tuve que dejar “Las Ultimas Noticias” e irme de Chile.

-¿Por qué debió abandonar el país?

Fui despedido de la dirección de “Las Ultimas Noticias” por presiones del gobierno militar; por publicaciones del diario que no les gustaban. La verdad es que en Chile no tenía oportunidades de trabajar por influencias del gobierno militar y coincide con la invitación de Don Francisco a Miami.

-¿Qué fue lo más problemático que le tocó vivir como director de medios en esa época?

Había muchas cosas en ese tiempo, primero la censura. Después existieron los famosos bandos que prohibían informar de ciertas materias y, por último, la autocensura, pero yo por lo menos tengo la conciencia extraordinariamente tranquila, porque hice cuanto pude por la libertad de expresión, hice todo cuanto pude para publicar lo que la gente merecía saber, pagando el precio de dos despidos. Fueron años muy complicados.

- ¿Cómo fue el pasar de esa experiencia a vivir en Miami?


Mi vida allá fue lo que yo llamo un “intermedio musical” desde el fragor de la batalla del día a día, el tener que pelear, discutir, tener que pasar mucho malos ratos -eso particularmente durante el gobierno militar- a llegar a Miami, una ciudad maravillosa y con un horario normal.

-El tener que trabajar en esas condiciones imagino tuvo un costo personal

Claramente. Cuando me fui a Miami conocí a mis hijos, yo no los conocía. Los tenía, estaban en mi casa, pero cuando yo salía en la mañana ellos estaban durmiendo y cuando volvía en la noche también. Los conocía muy poco, pero mis cinco años en Miami y gracias a mi “intermedio musical” pude conocerlos. Fue muy agradable.

La educación que Héctor tuvo en el Kent marcó parte de la importante de la disciplina que ha asumido en los diversos cargos en que se ha desempeñado. En actualidad, como editor de contenidos de El Mercurio, es responsable de las informaciones que son publicadas a diario, incluido el cuerpo de deportes. “Es cansador, yo estoy catorce horas en el diario de todos los días de la semana y el año también, porque la responsabilidad es mucha y porque el trabajo es bastante. Yo vivo aquí en el diario”, sentencia con una mirada intensa.

-¿Qué ha sido para usted lo más gratificante de esta profesión?


Cuando un empleado “normal” llega a su oficina, sabe lo que tiene que hacer en sus horas de trabajo; yo aquí llego en las mañanas y nunca sé qué es lo que va pasar, porque mi trabajo depende de lo que vaya sucediendo durante el día. Todo es tan cambiante. Eso es lo que hace tan atractiva esta profesión, además de conocer gente y visitar lugares. Yo conozco todo el mundo y eso es muy atractivo.

-En su recorrido por la profesión le ha tocado cubrir hechos históricos como el lanzamiento del primer hombre a la luna, el juicio contra Michael Townley, entre otros ¿Qué ha significado para usted presenciar estos sucesos?

Estoy escribiendo un libro, del cual tengo aproximadamente 40 capítulos escritos, me falta afinarlo y darle forma. El libro consiste en situaciones en que el protagonista es un personaje importante, estando yo presente en esas circunstancias. Entonces tengo capítulos con Don Francisco, Agustín Edward, con Pinochet, con Allende, Eduardo Frei Montalva y Ruiz Tagle. El presidente Aylwin, el General Stange, con el Almirante Merino, entre otros. No es una autobiografía, pero si relato episodios de la vida nacional en que yo fui testigo y protagonista.

“Tito” Olave claramente tiene una trayectoria que le ha llevado a estar presente en situaciones cruciales y con personajes connotados; historias y una constancia que le ha permitido a recibir premios como al Mejor Periodista por Trayectoria entregado por la Embotelladora Andina (1988); al Mejor Director de Diario por el Colegio de Periodistas (1994); al Mejor Periodista del Año por Editorial Los Andes (1996), el Premio Nacional de Periodismo (2003) y, el premio a la Trayectoria Profesional por Carabineros de Chile (2007), entre muchos otros.


Las vivencias, disciplina y pasión por el periodismo son experiencias que dejó plasmadas en muchos jóvenes “colegas” que se formaron bajo su alero en la Universidad de Chile, católica y Uniacc. Cátedras que asegura tiene el sello de la rigurosidad que Tarragó esculpió en sus estructuras más profundas y, que hoy ven la luz en nuevos profesionales de la talla de Aldo Schiappacasse y Marco Antonio Cumsille y, por que no, marcan el proceder que no puede sino estar patentado en una publicación.

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