EL PINTOR DE LAS MATEMÁTICAS

En todos lados siempre existen híbridos. Por ejemplo, hay ingenieros que pintan y pintores que gustan de la matemática. Es cuestión de evocar a multiformes como Leonardo da Vinci (Italia), Cecil Crawford
(Irlanda), Pedro Nel Gómez (Colombia) y Matthias Grünewald (Alemania).
En Chile ocurre lo mismo con Antonio Krell: totalmente híbrido, multifacético y contagiosamente vital. Su esencia se compone de números y brochas que se extienden por diversas metrópolis del orbe, con exposiciones individuales y colectivas, con créditos, publicaciones y reconocimientos.
Es ingeniero civil, pintor y escultor, toca el piano y es dueño de una inmobiliaria…En fin, es un ex kentiano que un día escondió su pincel para recuperarlo veinte años después y consagrar su desarrollo profesional con su lado artístico.
Infancia de violines, ceviche ecuatoriano y el KENT
El retrato de Antonio Krell es el siguiente: sentado erguido en su despacho, su frente amplia y despejada concuerda con su carácter dinámico y locuaz. Sus facciones y claras tonalidades imponen su procedencia húngara-judía, aunque es chileno nacido en Ecuador. Canosamente despeinado, su pelo es expresivo tal como su pintura. Mientras voy componiendo mentalmente la efigie, oigo que hace cincuenta años egresó del KENT. Me cuesta creerlo, no lo creo, pues en aquel lienzo, su energía y juventud están muy bien enmarcadas.
Retrocedo unos pasos y mejor comienzo desde el principio, en la época en que sus padres huyeron junto a sus dos hijos mayores de Hungría antes que comenzara la guerra. Se instalaron en Ambato, un pequeño pueblo de Ecuador, todo gracias a la visa obtenida a través de un amigo. Al poco tiempo, su padre, comerciante y de gran ingenio, creó el Restaurante Húngaro, que rápidamente se hizo famoso por sus deliciosos banquetes.
“Mi papá tocaba el violín y cantaba muy lindo, era el encargado de dar el espectáculo en el restaurante mientras mi mamá cocinaba. Ella preparaba comida húngara, judía y aprendió la ecuatoriana. Incluso yo todavía como el ceviche que mi mamá le enseñó a hacer a mi señora”, recuerda desde sus ojos celeste-grisáceos.
Cuando Antonio cumplió los seis años, él y su familia se vinieron a Chile donde su padre se instaló con un negocio de bombones de chocolate, que en esa época se llamaba Congo y que más tarde fue comprada por Ambrosoli.
Ya en quinta preparatoria, lo matricularon en el KENT, pero para cuarta, pues debía nivelar sus conocimientos de inglés. Fue en la antigua casona donde Krell comenzó a desarrollar sus primeras habilidades matemáticas y artísticas, alentado por profesores de gran trayectoria nacional.
Cuando Antonio cumplió los seis años, él y su familia se vinieron a Chile donde su padre se instaló con un negocio de bombones de chocolate, que en esa época se llamaba Congo y que más tarde fue comprada por Ambrosoli.

“Era un colegio muy liberal, cosmopolita y con amplitud de criterio, con profesores que compartían una historia de vida muy interesante. Fíjate que a mí fuera de Tarragó y Mengod me hizo clases de inglés el escritor José Donoso. Incluso yo partí mi pasión por la pintura con José Balmes, que fuera de ser un dibujante y un pintor fantástico, tenía una personalidad muy atractiva. También me hizo clases en mis últimos años, Ricardo Bindis, que hoy es un gran crítico de arte”, comenta orgulloso.
Y más satisfecho aún relata cómo su formación de tipo científica le permitió aventajar a sus compañeros en la educación superior. “Yo entré a estudiar ingeniería civil a la Universidad de Chile. En un principio, la carrera era muy complicada y yo era uno de los mejores alumnos porque venía con muy buena preparación del Colegio”.
Sin embargo, su paso por el KENT no sólo se trató de libros y ecuaciones. De la “antigua casona” rememora esas anécdotas de la niñez y adolescencia que jamás se abandonan.
“Nos encantaba jugar en el recreo y…Tarragó era muy espectacular, de alguna u otra forma siempre estaba presente y nos golpeaba el hombro…”, sonríe mientras destaca aquella vez en que la pelota se les cayó a la casa del lado, lo que ocasionó un gran reclamo. “ Eso significó varias vueltas corriendo por el Colegio y Tarragó iba comandando el lote. Aparte de castigarnos nos daba el incentivo, era muy especial”, reconoce.
Veinte años de silencio
Universidad, dos pasiones y una pena inesperada resumen los primeros años de juventud del pintor. Se matriculó en ingeniería civil de la Universidad de Chile y al tercer año se inscribió en el vespertino del Bellas Artes guiado por artistas de la talla de Gracia Barros y Luis Lobos Parga. Posteriormente, titulado y recién casado postuló a dos becas en Italia y Francia para compatibilizar el arte con los números. En Milán trabajó en talleres de mosaicos bizantinos, vitrales y otras técnicas medievales. Poco antes de partir a su beca en Francia, se enteró de la muerte de su padre tras un infarto. “La muerte de mi papá me produjo una impresión muy grande, lo supe tres semanas después de que había fallecido y la sensación de no haber hecho el duelo en el momento fue muy complicado”, relata.
A partir de aquella pena, Antonio dejó de pintar diluyendo su arte por veinte años y volviendo a Chile para reintegrarse en el área empresarial. Fue así como inició una carrera de ejecutivo de empresas, como gerente general de diversos bancos y proyectos independientes a partir del año ’85. Pesqueras, constructoras inmobiliarias y otras, recorrieron la trayectoria de Krell.
No obstante, fue hacia el año ’89 cuando Krell agripado y en cama sacó un block y empezó a dibujar. “Desde ese entonces no he parado”, asegura. Gracias a la asesoría de Concepción Balmes fue poco a poco retomando la confianza y dedicación en su pintura. Del mismo modo, fue dejando a su hija mayor a cargo de su negocio inmobiliario actual.
Figurativo, abstracto y expresionista
Revisando sus colecciones me detengo en la serie Composiciones, en la obra Composición 5, especialmente, por sus intensos coloridos, rojo al centro y azules en el resto de la tela, que se degradan en violetas, celestes y hasta verdes.
Expresionista de raíces figurativas y abstractas, la emotividad y el color constituyen su principal estandarte. Puedo evocar diversas emociones y significados simultáneamente, creo que ahí está lo novedoso. En algunos cuadros, rostros emergen, se ocultan y se diluyen en un cosmos vivencial.
Sin embargo, su paso por el KENT no sólo se trató de libros y ecuaciones. De la “antigua casona” rememora esas anécdotas de la niñez y adolescencia que jamás se abandonan.
“Nos encantaba jugar en el recreo y…Tarragó era muy espectacular, de alguna u otra forma siempre estaba presente y nos golpeaba el hombro…”, sonríe mientras destaca aquella vez en que la pelota se les cayó a la casa del lado, lo que ocasionó un gran reclamo. “ Eso significó varias vueltas corriendo por el Colegio y Tarragó iba comandando el lote. Aparte de castigarnos nos daba el incentivo, era muy especial”, reconoce.
Veinte años de silencio
Universidad, dos pasiones y una pena inesperada resumen los primeros años de juventud del pintor. Se matriculó en ingeniería civil de la Universidad de Chile y al tercer año se inscribió en el vespertino del Bellas Artes guiado por artistas de la talla de Gracia Barros y Luis Lobos Parga. Posteriormente, titulado y recién casado postuló a dos becas en Italia y Francia para compatibilizar el arte con los números. En Milán trabajó en talleres de mosaicos bizantinos, vitrales y otras técnicas medievales. Poco antes de partir a su beca en Francia, se enteró de la muerte de su padre tras un infarto. “La muerte de mi papá me produjo una impresión muy grande, lo supe tres semanas después de que había fallecido y la sensación de no haber hecho el duelo en el momento fue muy complicado”, relata.
A partir de aquella pena, Antonio dejó de pintar diluyendo su arte por veinte años y volviendo a Chile para reintegrarse en el área empresarial. Fue así como inició una carrera de ejecutivo de empresas, como gerente general de diversos bancos y proyectos independientes a partir del año ’85. Pesqueras, constructoras inmobiliarias y otras, recorrieron la trayectoria de Krell.
No obstante, fue hacia el año ’89 cuando Krell agripado y en cama sacó un block y empezó a dibujar. “Desde ese entonces no he parado”, asegura. Gracias a la asesoría de Concepción Balmes fue poco a poco retomando la confianza y dedicación en su pintura. Del mismo modo, fue dejando a su hija mayor a cargo de su negocio inmobiliario actual.
Figurativo, abstracto y expresionista

Expresionista de raíces figurativas y abstractas, la emotividad y el color constituyen su principal estandarte. Puedo evocar diversas emociones y significados simultáneamente, creo que ahí está lo novedoso. En algunos cuadros, rostros emergen, se ocultan y se diluyen en un cosmos vivencial.
Sitúo una rótula sangrienta cristalizada en el hielo, tal vez un instante de dolor perpetuado que se derrite lentamente hasta olvidarse.
“En mi pintura siempre está presenta la búsqueda con la alternancia de logros y frustraciones. La composición y el color son mis principales motivos de inspiración”, señala.
— ¿Pero, qué piensa mientras pinta?
—Inconscientemente mi obra debe tener una relación con mi vida interior y, por tanto, con mi historia de vida. —responde.
Revisando su currículum, se encuentran exposiciones individuales y colectivas en Barcelona, Florencia, Buenos Aires y Santiago. Algunos de sus trabajos más destacados son Seres Blancos, Composiciones y Erotika, aún en proceso.
“Utilizo acrílico y óleo. A veces, carboncillo, pasta de relieve y otros materiales, lo que se denomina por técnica mixta”, afirma. Sin embargo, hace cinco años se le ocurrió agregar la greda a una de sus telas. “Traté de incorporarla pero fue imposible porque se degradaba, traté de buscar una solución y hablé con la escultora Ruth Krauskopf del Taller Huara Huara”, relata. No hubo caso, mas sí encontró una nueva pasión: la escultura.
“En mi pintura siempre está presenta la búsqueda con la alternancia de logros y frustraciones. La composición y el color son mis principales motivos de inspiración”, señala.
— ¿Pero, qué piensa mientras pinta?
—Inconscientemente mi obra debe tener una relación con mi vida interior y, por tanto, con mi historia de vida. —responde.
Revisando su currículum, se encuentran exposiciones individuales y colectivas en Barcelona, Florencia, Buenos Aires y Santiago. Algunos de sus trabajos más destacados son Seres Blancos, Composiciones y Erotika, aún en proceso.
“Utilizo acrílico y óleo. A veces, carboncillo, pasta de relieve y otros materiales, lo que se denomina por técnica mixta”, afirma. Sin embargo, hace cinco años se le ocurrió agregar la greda a una de sus telas. “Traté de incorporarla pero fue imposible porque se degradaba, traté de buscar una solución y hablé con la escultora Ruth Krauskopf del Taller Huara Huara”, relata. No hubo caso, mas sí encontró una nueva pasión: la escultura.
A través de la cerámica gres y al igual que con su pintura, trabaja con elementos figurativos y abstractos. “No hay temática única. En el caso de las esculturas figurativas, pueden ser humanas, semi-humanas, individuales o parejas. Igualmente, construcciones abstractas”, expresa.
Cabezas y Torsos, Mayas y Nepales, Seres y Composiciones son también algunas de sus series de esculturas que impregnan el multifacético espíritu de Krell, que nunca se dio por vencido, logrando transformarse en un personaje absolutamente multifacético.
Sus obras y trayectoria pueden ser visitadas en su sitio web http://www.antoniokrell.cl/
Sus obras y trayectoria pueden ser visitadas en su sitio web http://www.antoniokrell.cl/
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