SINOPSIS KENTIANAS

Sencillo, sí, muy sencillo es el señor del celuloide y los fotogramas. Con frecuencia sonríe, platica y reflexiona…Luego vuelve a platicar, es interesante.
Hace una década convirtió el que fuera su hogar de adolescencia en su productora, Andrea Films, donde hoy se dedica al cine y a la publicidad. En ambas ramas es exitoso, tan exitoso que es uno de los realizadores más premiados de Iberoamérica. Y no es para menos, sus películas de largometraje Julio comienza en julio (1979), La Luna en el espejo (1990), Coronación (2000), Cachimba (2004) y el documental Fernando ha vuelto (1998), han recibido importantes reconocimientos en los más prestigiados festivales de cine internacional.
En Chile la publicidad también lo recuerda con el primer comercial premiado en el exterior. El Indio Firestone, protagonizado por Luis Alarcón, se llevó el León de Oro en el Festival de Cannes, Francia. (1986).
En la antesala de Andrea Films, una cubierta de mármol y una vitrina ostentan orgullosas sus galardones, porque Silvio Caiozzi sigue y sigue. Hace dos meses la Cámara de Diputados le otorgó el “Reconocimiento a la Creación y Desarrollo de la Industria Cinematográfica Nacional”.
De Caiozzi tiene mucho, se le nota la ascendencia italiana que trajeron a Chile sus abuelos del Villorio de Chianni en la Toscana.
Hacia fines del siglo XIX se instalaron con un almacén en la calle Franklin. Más tarde, el padre de Silvio descubrió cómo preservar los condimentos en vinagre sin la necesidad de refrigerarlos. Gracias a su ingeniosa fórmula, el local pasó a transformarse en una fábrica de barriles de alimentos en frasco y llegó a contar con sesenta trabajadores.
En sus primeros años, Silvio vivió en la calle Serrano y luego se trasladó a la Avenida Pedro de Valdivia, donde sus padres lo matricularon en el KENT.
El grupo de los cinéfilos
Lo peculiar de Andrea Films es el mármol. Subimos por una escalera también “marmolada”, mientras sujeto un café caliente que está a punto de desbordarse. En seguida, una estatua de San Francisco de Asís y varios afiches publicitarios de sus filmes me van guiando a su despacho. Ya estamos, ahora comienza el éxodo al pasado…
“Yo entré al colegio en segundo humanidades, ya que antes estaba en un establecimiento muy chiquito que no cubría toda la enseñanza media (…) Con mi familia vivíamos en la calle Serrano y después nos cambiamos a esta casa, por tanto, el KENT me quedaba muy cerca”.
Sus ojos verdes a ratos se tornan amarillos en contraste con su cabellos un tanto embrollados en hebras de blanco y negro.
Siendo que usted era de personalidad bastante tímida ¿Cuáles fueron las primeras impresiones de su nuevo colegio?
Recuerdo haber visto al KENT como un colegio grande en comparación al que estaba. Para mí fue un shock muy fuerte, muy agresivo. Había puros hombres y muy poquitas mujeres. Los dos primeros años yo andaba en los rincones, me atrevía hablar muy poco, me asustaba al ver a mis compañeros empujarse y todo estos juegos agresivos que no había visto nunca, nunca.
¿Era un curso desordenado, mateo, cómo lo recuerda?
¡Uf, se portaban pésimo, pero pésimo! (Sonríe como niño, muy espontáneo). Era un curso muy malo, difícil. Yo era un buen alumno, quitado de bulla, tampoco mateo, pero el señor Tarragó tenía serios problemas con nosotros, muchas veces nos dio varias conferencias. Sin embargo, lo curioso es que siendo un grupo que tuvo problemas de conducta fuerte, ya el último año se transformó en un curso súper bueno con excelentes notas, sobre todo, en el bachillerato donde los resultados fueron muy altos. De hecho salieron profesionales muy exitosos.
Aparte de usted ¿podría nombrar algunos?
Mario Manbor connotado cirujano, Carlos Schlesinger que siguió con la empresa de su padre dedicada a las pinturas, tintas y químicos; gente que trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington; Roberto Mosse, por ejemplo, mi mejor amigo y compañero de banco, que ya está retirado y vive en Washington. Lo mismo que Miguel Schloss también trabajando para el banco en esa ciudad.
En aquella atmósfera traviesa y revoltosa ¿Cómo fue desarrollando sus lazos de amistad?
Como yo era bastante tímido fui armando un pequeño grupito de cinco o seis amigos y siempre nos juntábamos a conversar. De lo que más hablábamos era de las películas que había visto el fin de semana. Parece que se las contaba con tal placer, que cuando ellos iban al cine me decían “oye me gustó más tu historia que la película”.
Durante la conversación, Silvio sonríe con frecuencia. Poco a poco va recordando esas épocas de antaño y se entusiasma. Son aproximadamente las cuatro de la tarde y, por la ventana y la terraza de su despach, es posible divisar a muchos kentianos retirándose a sus hogares.
¿Fue ahí cuándo comenzó a entusiasmarse con el cine?
No, fue desde muy chico, pero no sabía que iba a ser profesional, nunca lo pensé, era como un hobbie. Por ejemplo a este grupo de amigos del KENT los hacía actuar, tengo acá una película que grabé con una cámara de ocho milímetros, con un proyector. Yo mismo compaginaba y hasta actuaba. Nos pasábamos todos los fines de semana acá en esta casa grabando. Los guiones los sacábamos de historietas, eran cositas cortas de cinco o seis minutos.
Una formación de apertura y respeto
¿Era un curso desordenado, mateo, cómo lo recuerda?
¡Uf, se portaban pésimo, pero pésimo! (Sonríe como niño, muy espontáneo). Era un curso muy malo, difícil. Yo era un buen alumno, quitado de bulla, tampoco mateo, pero el señor Tarragó tenía serios problemas con nosotros, muchas veces nos dio varias conferencias. Sin embargo, lo curioso es que siendo un grupo que tuvo problemas de conducta fuerte, ya el último año se transformó en un curso súper bueno con excelentes notas, sobre todo, en el bachillerato donde los resultados fueron muy altos. De hecho salieron profesionales muy exitosos.
Aparte de usted ¿podría nombrar algunos?
Mario Manbor connotado cirujano, Carlos Schlesinger que siguió con la empresa de su padre dedicada a las pinturas, tintas y químicos; gente que trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington; Roberto Mosse, por ejemplo, mi mejor amigo y compañero de banco, que ya está retirado y vive en Washington. Lo mismo que Miguel Schloss también trabajando para el banco en esa ciudad.
En aquella atmósfera traviesa y revoltosa ¿Cómo fue desarrollando sus lazos de amistad?
Como yo era bastante tímido fui armando un pequeño grupito de cinco o seis amigos y siempre nos juntábamos a conversar. De lo que más hablábamos era de las películas que había visto el fin de semana. Parece que se las contaba con tal placer, que cuando ellos iban al cine me decían “oye me gustó más tu historia que la película”.
Durante la conversación, Silvio sonríe con frecuencia. Poco a poco va recordando esas épocas de antaño y se entusiasma. Son aproximadamente las cuatro de la tarde y, por la ventana y la terraza de su despach, es posible divisar a muchos kentianos retirándose a sus hogares.
¿Fue ahí cuándo comenzó a entusiasmarse con el cine?
No, fue desde muy chico, pero no sabía que iba a ser profesional, nunca lo pensé, era como un hobbie. Por ejemplo a este grupo de amigos del KENT los hacía actuar, tengo acá una película que grabé con una cámara de ocho milímetros, con un proyector. Yo mismo compaginaba y hasta actuaba. Nos pasábamos todos los fines de semana acá en esta casa grabando. Los guiones los sacábamos de historietas, eran cositas cortas de cinco o seis minutos.
Una formación de apertura y respeto

“Recuerdo al señor Tarragó, al señor Mengod, Salvador, al pintor Carlos Osandón…”
¿Qué hay del profesor José Donoso? Usted desarrolló con el famoso escritor el guión de su película “La Luna en el Espejo”, Coronación y su novela homónima, “Cachimba” inspirada en la obra “Naturaleza muerta con cachimba”.
Cuando entré al KENT, él justo había terminado de hacer clases en el colegio. Nunca lo vi, pero mira la coincidencia… el señor Mengod nos daba literatura chilena y a todos nos lateaba muchísimo, pero entre los libros que nos dio figuraba Coronación. Fue la única obra que leí dos veces, una cosa insólita porque no me gustaba leer. Me quedé pegado…con el paso de los años hice la película.
Y qué hay del fundador, Don Alejandro Tarragó ¿Cuál era el mensaje que proyectaba a todos sus alumnos?
El era un tipo cultísimo. Sabía de todo, pero de todo. Podía reemplazar a cualquier profesor en cualquier materia, era muy didáctico. Te enseñaba a tomar las cosas en serio y de aprender a escuchar. Era un gran rector y con todos los alumnos que yo he hablado quedaron con una imagen de él excepcional.
Una de sus grandes cualidades era que fue una persona muy objetiva y le importaba la calidad. El no se ponía banderas y siempre nos enseñó a “no seguir el rebaño”, a ser un individuo que respeta lo bueno de otros individuos. En el fondo respetaba la calidad y era de mente muy abierta, incluso, considerando la situación que le tocó vivir en España.
¿Cómo influyó en su curso esa formación basada en la apertura y el respeto?
No sólo el respeto, sino que se nos inculcó el saber más y tomar las cosas en serio, pues en el colegio uno toma las herramientas de lo que quiere ser en el futuro.
En mi curso todos terminamos siendo profesionales destacados, en general, gente muy satisfecha con su vida, y eso se lo dio el KENT.
Con ese concepto de apertura y respeto a todo, no es raro que de mi curso hayan surgido profesionales destacados en carreras totalmente dispares. En mi curso encuentras de todo, hasta un cineasta (bromea). Eso indica que cada uno optó por lo que realmente le gustó sin seguir ninguna bandera.
¿Cuándo fue la última vez que vio a su curso?
Bueno, cuando cumplimos los cuarenta años en el 2002. Roberto Mosse empezó a mandar mails y a organizar esto. Vinieron ex alumnos de varias partes del mundo como Estados Unidos y Australia con el noventa por ciento del curso presente. ¡Estuvimos cuatro días celebrando hasta con las señoras incluidas!
Fue súper emocionante, a algunos ni siquiera los podía reconocer porque estaban muy cambiados.
Inauguramos el reencuentro en el Stade Francés y yo como regalo les mostré la película que habíamos grabado en mi casa, se mataban de la risa.
Luego nos juntamos al día siguiente en el KENT en la fiesta de fin de año. Me tocó a mí dar el discurso, me dijeron “tú eres el artista” y me “jodieron” (sonríe). Al otro día nos fuimos a Santo Domingo.
Sus amigos tienen razón. Silvio Caiozzi sí es un artista, de esos modestos, pero grandes. En el balcón, Silvio posa para una foto en la que se alcanza a divisar tímidamente el edificio del KENT.
La fotografía sale mala. Silvio me da instrucciones, luego coge la cámara y la revisa…es inevitable, toma posición, tiene paciencia, no soy muy amiga de la tecnología. Repaso el encuadre, el plano, el ángulo…y ya me siento como parte de un tráiler.
Y qué hay del fundador, Don Alejandro Tarragó ¿Cuál era el mensaje que proyectaba a todos sus alumnos?
El era un tipo cultísimo. Sabía de todo, pero de todo. Podía reemplazar a cualquier profesor en cualquier materia, era muy didáctico. Te enseñaba a tomar las cosas en serio y de aprender a escuchar. Era un gran rector y con todos los alumnos que yo he hablado quedaron con una imagen de él excepcional.
Una de sus grandes cualidades era que fue una persona muy objetiva y le importaba la calidad. El no se ponía banderas y siempre nos enseñó a “no seguir el rebaño”, a ser un individuo que respeta lo bueno de otros individuos. En el fondo respetaba la calidad y era de mente muy abierta, incluso, considerando la situación que le tocó vivir en España.
¿Cómo influyó en su curso esa formación basada en la apertura y el respeto?
No sólo el respeto, sino que se nos inculcó el saber más y tomar las cosas en serio, pues en el colegio uno toma las herramientas de lo que quiere ser en el futuro.
En mi curso todos terminamos siendo profesionales destacados, en general, gente muy satisfecha con su vida, y eso se lo dio el KENT.
Con ese concepto de apertura y respeto a todo, no es raro que de mi curso hayan surgido profesionales destacados en carreras totalmente dispares. En mi curso encuentras de todo, hasta un cineasta (bromea). Eso indica que cada uno optó por lo que realmente le gustó sin seguir ninguna bandera.
¿Cuándo fue la última vez que vio a su curso?
Bueno, cuando cumplimos los cuarenta años en el 2002. Roberto Mosse empezó a mandar mails y a organizar esto. Vinieron ex alumnos de varias partes del mundo como Estados Unidos y Australia con el noventa por ciento del curso presente. ¡Estuvimos cuatro días celebrando hasta con las señoras incluidas!
Fue súper emocionante, a algunos ni siquiera los podía reconocer porque estaban muy cambiados.
Inauguramos el reencuentro en el Stade Francés y yo como regalo les mostré la película que habíamos grabado en mi casa, se mataban de la risa.
Luego nos juntamos al día siguiente en el KENT en la fiesta de fin de año. Me tocó a mí dar el discurso, me dijeron “tú eres el artista” y me “jodieron” (sonríe). Al otro día nos fuimos a Santo Domingo.
Sus amigos tienen razón. Silvio Caiozzi sí es un artista, de esos modestos, pero grandes. En el balcón, Silvio posa para una foto en la que se alcanza a divisar tímidamente el edificio del KENT.
La fotografía sale mala. Silvio me da instrucciones, luego coge la cámara y la revisa…es inevitable, toma posición, tiene paciencia, no soy muy amiga de la tecnología. Repaso el encuadre, el plano, el ángulo…y ya me siento como parte de un tráiler.
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